miércoles, 5 de julio de 2017

Blackout in the Philippines II

Me invade una sensación de extrañeza. A pesar de que la luz está completamente apagada, sé que no estoy en casa. No tengo la ropa puesta y el olor a alcohol y tabaco es repulsivo.
Me incorporo a duras penas y busco el maldito interruptor. 
Me viene a la cabeza el asesinato de Micke y el último asalto a punta de pistola. Las palpitaciones y el dolor en el pecho se hacen más evidentes. 
Cuando por fin consigo encender las luces, la tensión y la rigidez muscular desaparecen como por arte de magia. LiLi ... Ahora recuerdo todo. 

Fiesta en Mango Square

Ayer di con mis huesos en Mango Square. Para quien no conozca Cebu City, decir que Mango es una zona de ocio nocturno un tanto particular. 
El típico turista listillo, atrapado en el pensamiento único e incapaz de ver más allá de la Lonely Planet, te dirá que es una zona de prostitución. No seré yo quien niegue que está petado de putas y ladyboys. pero Mango Square es mucho más que un putiferio destinado a los turistas occidentales.
Además de travelos y trabajadoras del amor, en Mango puedes encontrar mochileros borrachos, filipinos y residentes extranjeros que no han sabido acabar la noche en IT Park y estudiantes japoneses y koreanos que llegan a la isla para aprender -con escaso éxito- el idioma de Shakespeare. Yo estaba en el segundo grupo. 

J Ave, conocida también como K Ave, por la multitud de Koreanos que la frecuentan.

La noche anterior, Aleski, mi ángel de la guarda serbio en Filipinas, me convenció para salir a tomar unas birras de tranqui. Pero como suele pasar cuando sales sin ganas de excederte, la cosa se fue de madre y acabamos perreando en el Alcohology a ritmo de Enrique Iglesias, Don Omar y su putísima madre.

Antes de salir de fiesta en Cebu

La idea era tomar unas cervezas en un bar de estudiantes japoneses y coreanos al lado de nuestro condo y acabar pronto en casa para ir a bucear a Bohol la mañana siguiente. Pero al llegar al susodicho bar los planes se trastocaron debido al ambiente festivo reinante: estudiantes orientales bebiendo San Miguel y algunas de sus profesoras uniéndose a la fiesta.  
Allí tuve la oportunidad de acabar la noche con Rubylyn, una profesora de la que me hice completamente adicto durante mis primeras semanas en Cebu (y no precisamente por sus clases de inglés), pero fui lo suficientemente fuerte para dejar la oportunidad pasar.
Cuando mi estado de embriaguez era tal que mi coordinación se vio seriamente afectada, decidimos coger un mototaxi para ir a Mango Square con un grupo de coreanos. 

Alcohology

El Alcohology es el bar con el público más heterogéneo de la isla. Si bien predominan los filipinos veinteañeros, yo me he encontrado absolutamente de todo: traficantes de poca monta, mafiosillos, freenancers, estudiantes asiáticos y occidentales. Alcohol barato y música ensordecedora es en nexo entre todos ellos. Salir con una chica de ese bar es jugar a la ruleta. Me viene a la cabeza el bueno de Sam, luchador semiprofesional que fue obsequiado con un trabajito de gran calidad en sus bajos, antes de percatarse de que a su bella doncella le colgaba un manubrio tan grande como el suyo. Su reacción no tuvo desperdicio, aunque no creo que este humilde blog sea el lugar adecuado para rememorarlo. 
Del Alcohology también salió acompañado Alex, pero su caso fue muy diferente. Allí conoció a una japonesa imponente llamada Annaisha y poco más tarde se casaron y engendraron una preciosa hija. La última noticia que tengo de él es que se iba a mudar a Azabu, un barrio residencial de Tokio donde el precio del metro cuadrado provoca más mareos que las predicciones inmobiliarias de Bernardos.

Mi historia

Aquella noche yo no llegué borracho con un ladyboy de la mano, ni enamoré a una japonesa de clase alta. Mi historia fue mucho más terrenal y aburrida.
Tras castigar mi maltrecho hígado hasta la extenuación durante horas, una vecina de origen chino se apiadó de mí y me ofreció cobijo en su apartamento.
No era otra que LiLi, una estudiante en cuyo piso desperté mientras ella acudía a sus clases diarias.
Lo curioso de esta historia es que vivíamos en el mismo condominio, comprábamos en el mismo seven eleven y acudíamos al mismo gimnasio a las mismas horas. Pero el destino quiso que esta cantonesa de cuerpo menudo y ojos rasgados y yo, coincidiésemos en el Alcohology, rodeados de putas, borrachos y ladyboys.

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